viernes, 22 de enero de 2010

MATRIMONIO: CURIOSO DEBATE

Las palabras, como todas las cosas, se desgastan con el tiempo. En este sentido, a las palabras se les puede aplicar aquel dicho que tanto se practica entre la clase política: “donde dije digo, digo diego”. Por ejemplo, la palabra “respeto” ha llegado a significar para muchos “miedo”. Igualmente, es una pena que muchos crean que la noble y necesaria “agresividad” sea lo mismo que “violencia”. Por otro lado, hay palabras que tendrían que haber sido ya archivadas en los sótanos arqueológicos de la Real Academia de la Lengua y, sin embargo, siguen circulando por nuestras iglesias, juzgados y ayuntamientos, ocultando, eso sí, su naftalinosa anacronía. Y no sólo, sino que hay muchas palabras, en sí mismas ya caducadas, que últimamente están siendo vivificadas por unos y por otros, con la intención de monopolizarlas, unos como tabernáculo de lo sagrado y otros como fuego prometéico arrebatado a los dioses. Me refiero a la palabra “matrimonio”. ¿Conocerá el Sr. Rouco Varela la etimología de la palabra en cuestión? Supongo que sí porque sabe latín, aunque si la conoce no entiendo por qué tanta divina pasión por ella. Ignoro si los/las heterosexuales y los/las homosexuales, que reivindican también para sí el término “matrimonio”, algunos con gran vehemencia, están enterados de cuál es su significado etimológico.

La palabra “matrimonio” se obtiene por la mezcla de dos palabras latinas, un sustantivo “mater” (madre) y un verbo “emere” (comprar). De manera que “comprar una madre”, se dice en latín “matrem emere”, de donde deriva el término “matrimonio” que es el acto social por el que un hombre compra y paga a una mujer para que le dé hijos como mano de obra barata, con el fin de trabajar en la hacienda familiar.

El término “matrimonio” destaca sólo a la mujer paridora y comprada para tal función, al hombre lo ignora. Evidentemente, la “mater” queda destacada no como persona ni como mujer; sino como “objeto” capaz de parir hijos e hijas, mano de obra gratuita para la hacienda paterna. El “maritus” (macho) queda consagrado como macho-propietario de la madre mujer.

También puede ser una alternativa la etimología por la que “matrimonio” procede de “matris-monium” o de “matrem munere”. En el primer caso el “matri-monium” podría parecer el correlativo femenino del “patri-monium”, pero nada más lejos de la realidad. Mientras que el “patrimonio” abarca todas las propiedades exclusivas del padre-varón, sin embargo, el vergonzoso término “matrimonio” se refiere a la mujer, en su exclusivo rol de madre, como “función de” (“monium”), “función de madre” para el marido que la compra y es, por tanto, su propietario. La mujer es una simple función, un desencarnado rol en relación al hombre, que es su superior y su propietario.

Igual suerte corre la otra alternativa etimológica “matrem munere”, que significa “donar a una madre”. Quien dona a la madre, a la paridora, es su familia y es ella la que recibe el costo de la compra. Esta reducción de lo femenino a los ovarios se hace gracias al idealismo de Platón (427-347 a. C), plagado de dualismo, de desigualdad y, por tanto, de sexismo, de misoginia y de falocracia. Idealismo que asumirá con fruición la corriente, también dualista, del cristianismo estoico, sobre todo por obra de Agustín de Hipona. Con esta connotación surge el “matrimonio” en el Derecho Romano y es asumido, aunque dulcificado, en el Derecho canónico de la iglesia romana, en su libro IV, Título VII. Si el cristianismo no se hubiera amancebado con las filosofías idealistas de Sócrates, Aristóteles, Platón y los estoicos; sino que se hubiera abierto, críticamente eso sí, a las filosofías hedonistas, atomistas y epicúreas, nacidas en Grecia; si en Roma se hubiera optado por la igualdad placentera del epicúreo Lucrecio y no por el doloroso clasismo del estoico Cicerón, ni el término “matrimonio”, ni su anticristiana y antiética praxis hubieran prosperado y durado tantos siglos. Desgraciadamente, la iglesia católica, declarando la unión de una pareja heterosexual como “sacramento” (acto sagrado de alto significado simbólico), usa para ello el término “matrimonio” y eso que la iglesia siempre ha sabido latín…Estando la iglesia romana tan irreversiblemente condicionada por la inamovilidad dogmática, no es esperable que su jerarquía episcopal haga un acto de renovación y de respeto sustituyendo el término “matrimonio” por otro más digno y más actual. Más bien luchará, como lo está haciendo, por recuperar su monopolio que le fue arrebatado, primero por la sociedad civil y, últimamente, por los colectivos gay.
¿Qué otro término puede ofrecernos nuestra lengua castellana para sustituir al anacrónico e irrespetuoso término “matrimonio?
Quien piense en la expresión “unión conyugal” que se desengañe. El adjetivo “conyugal” o el sustantivo “cónyuge” hacen referencia al “yugo” con el que se juntan y se sujetan, por ejemplo, los bueyes. En España hubo un golpista militar, de triste memoria, que sujetó con el yugo y las flechas a sus paisanos durante cuarenta años. No es ni correcto, ni estético, ni ético que dos personas se unan con un yugo y se llamen, por tanto, “con-yuges”. Desde el punto de vista religioso, a esa pareja juntada con un yugo la dirige la Iglesia y, desde el punto de vista civil, la dirige el Estado.

Sin embargo, hay otro término menos usado y, quizás, injustamente desacreditado para sustituir al “matrimonio”, que es el término “casamiento”. En mi opinión, lo que realmente constituye y consolida a una pareja de novios es la decisión de vivir juntos en la misma “casa”. La pareja se une cuando “se casa”, es decir, cuando unen sus vidas y su proyecto vital conviviendo autónomamente en la propia “casa”. “Estamos casados o casadas” es una expresión igualitaria y no discriminatoria que pueden usar con toda corrección humana, ética y estética tanto las parejas homosexuales como las heterosexuales, si han decidido convivir como parejas estables en la misma “casa”. Pero también están “casadas” tanto las parejas que se unen por la via religiosa cuanto las que lo hacen por la via civil o aquellas que “se casan” por la tercera via, que es la via libertaria, sin la bendición de la iglesia ni la conformidad del Estado. Así que si el arzobispo católico de Madrid propone, como parece que quiere, un referéndum para que el término “matrimonio” se reserve sólo para las parejas heterosexuales, mi voto será más blanco que la sotana de Benedicto XVI, porque el término “matrimonio” debe simplemente abolirse para todos, pero, sobre todo, para todas. Siento de verdad que las parejas que se casan, cualesquiera que sean sus condiciones, religiosas, sexuales y civiles, sigan luchando por disputarse el insultante término “matrimonio”, con la buena intención (no me cabe duda) de dignificar su unión ante sí mismos y ante la sociedad. Dejen que el término “matrimonio” lo siga monopolizando la iglesia romana en coherencia con su estructural misoginia; pero las personas realmente libres, racionales y auténticamente espirituales pongan “casa” y “cásense” sencillamente…, sin más…, por cualquiera de las tres vías.

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