martes, 29 de diciembre de 2009

JESÚS ENTRE NICOLÁS Y LOS MAGOS


Hace unos días, Radio Nacional de España preguntaba a los españoles su opinión sobre la posibilidad de cambiar el nombre de Navidad por el de Vacaciones de invierno. Se argumentaba que en un Estado laico, sería mejor prescindir de fiestas religiosas y sustituirlas por fiestas laicas o civiles. De igual forma, también se pregunta si las vacaciones de Semana Santa se tendrían que cambiar por vacaciones de primavera. Mi reflexión se refiere sólo a la Navidad, aunque para la iglesia católica, la fiesta más importante de su año litúrgico es la que se celebra en Semana Santa. Mi respuesta a la pregunta de Radio Nacional es que no, que no me parece oportuno que desaparezca el nombre de vacaciones de Navidad y se sustituya por el de vacaciones de invierno. Explico mi opinión. La Navidad es una fiesta en la que se conmemora el nacimiento (o natividad) de Jesús de Nazareth, es una fiesta que se celebra desde finales del siglo IV. Se empezó a celebrar con un banquete comunitario, (del que procede la cena de Nochebuena), en el que se recordaba la figura y el legado de Jesús, que se despidió de esta vida con una memorable cena con sus amigos. Ya sabemos que la fecha en la que hemos siempre celebrado el nacimiento de este maestro galileo, no es exacta. Hoy sabemos que el hijo de María y de José el carpintero, nació entre cuatro y seis años antes del inicio de su era, la llamada era cristiana. Pero, realmente, la fecha de su nacimiento es lo de menos, si perdonamos el error de cálculo del monje Dionisio el Exiguo, al hacer el calendario en el año 540. También tendríamos que obviar la interesada intención del papa Julio I, al fijar oficialmente la fecha de la natividad de Jesús el día 25 de diciembre, para anular la fiesta pagana del nuevo sol (Saturnalia) que se celebraba, aproximadamente, en la misma fecha y donde, concretamente, la cocina romana tenía un papel muy destacado y en la que se hacían regalos a los niños. De todas formas, fiestas de celebración del año nuevo o del nuevo sol, se remontan a 4.000 años antes, en la época mesopotámica. Después de esta matización histórica, entremos en el fondo del tema. Mi tesis es que el sistema capitalista, padre del hiperconsumo y de la desigualdad insolidaria, ha traicionado y vaciado de significado, con paulatina eficacia, tanto al original San Nicolás nacido en la turca Pátara en el siglo IV y luego Santa Claus, como a los Magos de Oriente. Y entre estos dos poderosos míticos iconos, prólogo y epílogo del Nacimiento de Jesús, el centro de la festividad, es decir, el propio mensaje socialmente transformador de Jesús, ha quedado completamente sepultado. El Nicolás aquel, que luego sería S. Nicolás de Bari (lugar italiano de su tumba), hijo de una muy potentada familia de comerciantes, destacó por su generosidad y solidaridad. Siendo muy rico, regalaba sin parar sus pertenencias a sus amigos pobres del pueblo. Siendo, después, sacerdote y obispo cristiano de Myra, siguió ejerciendo y fomentado en los demás su vieja costumbre de regalar sus cosas a los más pobres. La historia y la leyenda nos cuentan muchas anécdotas sobre la figura de San Nicolás; pero lo esencial era su preocupación de que no hubiera pobres, de que todos fueran iguales. Así, después de su muerte, a mediados del s.IV, quedó como modelo de generosidad y de compromiso social cristiano. Sincrónicamente, en la gélida Laponia, al norte de Finlandia, existió también otro Nicolás muy rico, igualmente generoso, que regalaba sus pertenencias y hacía juguetes para los niños pobres. A mediados del s.XVII, los emigrantes holandeses llegaron a América del Norte y se llevaron la costumbre de festejar a San Nicolás en el mes de diciembre. Y fue allí, ya entrado el s.XIX, cuando San Nicolás se fue convirtiendo en lo que hoy conocemos por Santa Claus. Los centros del poder económico y las empresas, especialmente la Coca-Cola, vieron en el personaje generoso y solidario de Nicolás, una inagotable fuente de ingresos y para ello, se encargaron de darle la vuelta, con mucho tacto, al sentido y al objetivo de la historia. Lo importante para los empresarios, era consagrar el regalo y, por tanto, el hiperconsumo, como un nuevo dios, pero no el regalo de una pertenencia; sino el regalo comprado. ¡Regalar y regalar! ¡Hay que convencer a la gente que mientras más se regala, más se ama, más unidos y más alegres estamos! La finalidad del regalo cambió radicalmente: ahora ya no se regalaba a los pobres; sino que se regalaban entre los ricos. Ya no se celebra el recuerdo del generoso San Nicolás para que haya menos pobres y más igualdad; sino que aprovechamos al rechoncho Santa Claus, disfrazado atractivamente por la Coca-Cola, para hacer la gran bacanal en honor del dios consumo y de la diosa desigualdad. De los pobres hemos decidido que cuiden la Casa de Galicia, Caritas, las Obras Sociales y las personas de conciencia más social, más ecológica, más espiritual. Por otra parte, los Reyes Magos, que fueron sólo magos venidos de Oriente también han sido engullidos y volteados por el sistema capitalista. Esos tres personajes se fijaron en tres ya en el s.IV, adoptando los nombres de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, que luego Sem sería Gaspar representando a Asia con su incienso, Cam sería Baltasar representando a Africa con su mirra y Jafet sería Melchor que, con su oro, representa a Europa. Ni América ni Oceanía se conocían entonces. Estos magos trajeron sus regalos, objetos de su pertenencia, a aquel niño pobre, que a pesar de ser especial, había nacido en un pesebre de animales. Los magos se desprendieron de algo propio, no compraron nada y no trajeron regalos a nadie más; sino a aquella pobre familia. Los pastores del lugar hicieron lo mismo, regalaron sus frutos, su leche, su queso, su lana, a aquel niño de padres pobres y necesitados, no compraron nada; sino que regalaron de lo que ya tenían. Pero los centros del poder económico, especialmente a partir del s.XIX, vieron en los Reyes Magos orientales, al igual que en Santa Claus occidental, un indefinido e inagotable pozo de oro amarillo, negro y blanco. El sistema capitalista argumenta, y ha convencido al mundo, que es mucho mejor que todos regalemos a todos, especialmente, que sean los ricos los que más regalen, pero que no regalen de sus pertenencias, como en los orígenes; sino que compren sus regalos. De los pobres…, que se sigan encargando la Casa de Galicia, Caritas, las Obras Sociales y la gente de buena voluntad…, es más folklórico. En definitiva, la traición a la Navidad la hace el sistema capitalista con estas dos elegantes estrategias: que nadie regale de sus pertenencias; sino que compre el regalo y, en segundo lugar, que sean los ricos los que se regalen entre ellos. Los verdaderamente pobres…, ya sabemos.

jueves, 10 de diciembre de 2009

OBISPOS CATÓLICOS Y ABORTO




Antes de hablar del aborto, creo conveniente hacer el siguiente prólogo. Juan Antonio Martínez Camino, consagrado obispo el pasado año por Benedicto XVI, es el apolíneo y casi impecable portavoz de la Conferencia Episcopal española. Desde hace años, Martínez Camino ambicionaba una mitra episcopal, a pesar de que, siendo jesuita, lo tiene prohibido por su fundador, Ignacio de Loyola. El fundador de la Compañía de Jesús no quería que los miembros de su grupo se viciaran con glorias, vanidades y privilegios más propios de un reino de este mundo, que del revolucionario reino anunciado por Jesús de Nazareth. El papa puede obligar a un jesuita a aceptar un episcopado o un cardenalato; pero hay jesuitas coherentes que han rogado y ruegan al papa aceptar su negativa a esa dignidad y hay otros, como Martínez Camino, que buscan y rebuscan con todos los medios sibilinamente cortesanos disponibles, ascender a monseñor o a eminencia. Quizás recuerde Martínez Camino, la respuesta que dio Ignacio de Loyola al Archiduque Fernando, cuando éste quería promover al episcopado de Trieste al P. Claudio Jayo: “juzgamos, conforme a nuestras conciencias, que, a tomarla (se refería a la dignidad de obispo), daríamos en tierra con la Compañía…, si yo quisiese imaginar o conjeturar algunos medios para derrocar y destruir esta Compañía de Jesús, este medio de tomar obispado sería uno de los mayores, o el mayor de todos”. La ideología tridentina de este obispo jesuita, su estética “Apeles fashion” y su expresividad opusdeística, de la que rebosa su segundo apellido, son los insuperables avales que han servido para promocionar a este jesuita. Es extremadamente paradójico que los perfiles humanos y religiosos de Martínez Camino y del fallecido Vicente Ferrer, también ex jesuita, coincidieran algunos años en la misma Orden religiosa. El impoluto y sonrosado portavoz episcopal es hijo predilecto de Rouco Varela, por aquello del palo y de la astilla. Pues bien, que los obispos católicos, por boca de Martínez Camino, digan un no rotundo al aborto, en todo caso y en toda situación, no extraña en absoluto a quien conozca el rígido marco ideológico en el que la jerarquía católica romana interpreta la vida con todos sus aconteceres. ¡Hombre, no deja de ser paradójico y harto molesto que sea precisamente este obispo, jesuita y portavoz, quien hable de pecados públicos ajenos, de la prohibición de comulgar y de la necesidad de confesarse que tenemos los demás, sin que él se haya confesado, primero, de ser obispo! Tienen los obispos católicos todo el derecho a declararse absolutamente antiabortistas y, también tienen el derecho indiscutible a que se les respete en sus opiniones y creencias. También tienen el derecho, e incluso el deber, de recordar a sus católicos las opiniones y las creencias que deben profesar, que no son otras que las expresadas por los propios obispos, bajo la égida del papa. A todo eso tienen derecho, faltaría más. Pero, ¡ojo! todos los católicos deben saber, para no engañarse, que su iglesia está basada en la roca firme de la monarquía absoluta, donde la obediencia ciega es la virtud más apreciada, cotizada y premiada. Tengamos presente que los librepensadores, en la iglesia católica, son herejes a perseguir. ¡Donde esté una obediencia ciega bien puesta, que se quiten, para los jerarcas católicos, otras virtudes, como la libertad, e incluso como el amor…! Razón tiene José Bono cuando se queja de que Pinochet se atrevía a comulgar, siendo un asesino católico, sin que ningún obispo se lo prohibiera. Lo mismo digo yo del golpista y asesino comulgante católico, Francisco Franco, que los obispos, menos Pildain y Zapiain (Obispo vasco de Canarias) llevaban bajo palio al entrar y salir de las catedrales… Si la jerarquía católica ve un pecado en no permitir que nazca una criatura humana en cualquier situación, yo y muchos lo respetamos. Lo que no podemos respetar es que lo que para esa jerarquía sea pecado o delito, lo sea para todos los demás, católicos o no. El atrevimiento que supone creerse portavoz de Dios o Vicario de Cristo en la Tierra (aclaro que yo creo en Dios), como se cree el papa y colegialmente los obispos, ese ¿no parece más pecado que ninguno?. Decir que alguien está en pecado mortal, como lo hace el portavoz episcopal español, es un gran atrevimiento, una gran arrogancia, un gran endiosamiento, como el que se vive en el delirio esquizofrénico, y todo esto, a pesar de que estos inquisidores saben que “de internis neque ecclesia iudicat”. Sin embargo, cuando alguien impide el nacimiento de una criatura humana, (porque ¡claro que es una criatura humana!), es porque considera que no hay condiciones favorables,(físicas, psíquicas, sociales), para que esa criatura viva con dignidad y disfrute fuera del útero materno. Y esto es lo que obligatoriamente tiene que regular todo Estado. Es, por tanto, la conciencia de esa mujer y, si es posible, la del hombre que la preñó, quienes tienen el derecho y el deber moral de decidir sobre la conveniencia o no de ese nacimiento. El obispo Martínez Camino y todos sus colegas y superiores, creen que son ellos los que tienen la última palabra, la palabra de su dios (que, al ser sólo de ellos, se escribe con minúscula), para decidir sobre las acciones de los demás humanos. Los seres humanos tienen el derecho inalienable de poner fin a su vida y para ello pedir ayuda, cuando en conciencia lo crean oportuno, es el derecho a la buena muerte asistida. ¿O es que la dimensión relacional del ser humano sólo se ejerce al nacer y no al vivir y al morir? Pero, los seres humanos también tienen el derecho de decidir poner fin a la vida de otro ser (humano o no) moribundo, sobre el que se tiene responsabilidad, cuando no haya, por parte del moribundo, voluntad de lo contrario. En esa situación, y asesorado por los médicos, tomamos mi hermana y yo la decisión de que le aplicaran morfina a mi padre, sabiendo que así se elegía su muerte. También tiene el derecho la mujer, posiblemente acompañada por su hombre, de decidir interrumpir su embarazo abortando, cuando las circunstancias del nacimiento no son buenas para que esa criatura concreta, con esa madre concreta, empiece una vida digna y presumiblemente plena, fuera del útero materno. Desde luego, con una visión rígida y universalista de la moral, como la de la iglesia católica, el aborto no tiene lugar. Cuando la visión es desde una moral de situación, las cosas cambian, todo se flexibiliza y se humaniza. Esto quiere decir que no sólo hay leyes; sino que, por encima de ellas, hay situaciones. Es evidente, que todos estos derechos, como todos los demás, deben ser regulados concienzudamente por los Estados, pero, en mi opinión, desde una visión ética situacional y desde la libertad laica. De todas formas, cuando se habla de los obispos católicos no se está hablando sino de una parte mínima de la iglesia católica. En esa iglesia hay “católicos” como Martínez Camino, Kiko Argüelles, Rouco Varela y otros que veneran como santos a Escrivá de Balaguer o a Pío IX. Luego, hay “cristianos” que trabajan sin descanso en los barrios, en los guetos, en las zonas de la hambruna y de la injusticia, en ONG como Caritas y otras, para conseguir un mundo justo y de seres iguales, estos “cristianos” veneran como santos a Gandhi, Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta, Martin L.King. ¡Son dos grupos tan distintos y tan distantes que, por eso, a los primeros llamo “católicos” con respeto y a los segundos llamo “cristianos” con agradecimiento y veneración!

lunes, 7 de diciembre de 2009

LA NAVIDAD RECHAZADA


Por Jaime LLINARES  LLABRÉS

 Cada vez oímos con más frecuencia expresiones de rechazo a la Navidad, son muchos los que desearían que no llegara nunca la Navidad, otros, nada más empezar la Navidad están deseando que termine. Mucha gente se siente incómoda por la explosión de hipocresía que, según ellos, sucede en estos días, se lamentan de fingidas uniones familiares, de insoportables comidas navideñas de empresas, donde los que se odian y se zancadillean durante el año se sientan juntos a comer y a beber.
Es también cada vez más numerosa la población que se queja del consumismo despiadado que, en la Navidad, aprieta las gargantas de todos en beneficio de los grandes empresarios, muchos protestan porque en Navidad el amor se cuantifica y es precisamente en estas fechas, dicen, en las que aparece claro como el agua aquello de  “tanto tienes, tanto vales”. A mí, a quien siempre ha encantado y sigue encantando la Navidad, me parece que los que la rechazan tan de plano tienen motivos más que suficientes para ello.
El día 25 de diciembre ya era fiesta para la cristiandad en el año 345. El monje Dionisio el Pequeño calculó, en el siglo VI, que Jesús nació en el 753 apoyándose en los datos del evangelio de Lucas, aunque ulteriores investigaciones históricas sugieren que Jesús nació de seis a ocho años antes. Independientemente de si esa es o no la fecha exacta del nacimiento de Jesús, lo cierto es que Occidente celebra la Natividad (Navidad en abreviatura) de Jesús de Nazareth  desde el siglo IV, incluso antes. ¿Cuál era el sentido de la Navidad en sus orígenes y en qué ha variado la Navidad hoy?  Hay una primera y contundente respuesta: La Navidad de Jesús de Nazareth ha sido sustituida por la Navidad de Papá Noel y ambas tienen muy poco que ver entre sí. Algo parecido a lo que en Canarias ha ocurrido con la celebración de los Finados, que muchos canarios han sustituido por la Fiesta de Hallowe’en.
Quien mejor entendió, vivió y transmitió el sentido auténtico de la Navidad de Jesús fue aquel revolucionario cristiano del siglo XII-XIII de nombre Juan Bernardone, llamado luego  Francisco de Asís. Cuando él intervino en el significado verdadero de la Navidad cristiana, aún no había llegado Papá Noel, pero la Navidad de Jesús se había degenerado ya en grado igual o peor que ahora, lógicamente la tremenda degeneración de la Navidad original, corrió paralela a la no menos tremenda degeneración del cristianismo, que había dejado de ser tal para convertirse en catolicismo. Francisco, “el pobrecillo de Asís”, fue el inventor del actual nacimiento viviente, una especie de auto sacramental con el que intentaba pedagógicamente hacerse comprender por el pueblo, porque una imagen vale más que mil palabras.
La Navidad de Jesús es una época del año en la que, coincidiendo con el mensaje de igualdad y solidaridad basado en el amor que trae ese niño nacido en un establo, el pueblo es invitado a una redistribución de los bienes en aras de la justicia social y, por tanto, de la igualdad de todos como hermanos. Francisco decía a los que tenían que dieran a los que no tenían, al igual que tanto los magos de Oriente como los pastores dieron al niño y a sus padres. Ni los magos dieron nada al rey Herodes porque éste ya tenía de todo, ni los pastores dieron a otros pastores porque también ellos tenían lo necesario.
En la Navidad de Jesús se toma conciencia de su mensaje revolucionario y todo el que tiene da al que no tiene. ¡Qué absurdo y qué incoherencia que se aproveche la Navidad precisamente para dar más a los que más tienen!. En la Navidad de Papá Noel los que tienen se regalan curiosamente entre sí, incluso los magos de Oriente, que nosotros elevamos incorrectamente al rango de reyes, se han contagiado y regalan más a las personas más ricas. Los pobres, como el niño de Belén, reciben sólo la caridad gracias a Caritas, a la Casa de Galicia y a gente que no ha perdido aún la conciencia navideña original, que es conciencia de solidaridad humana, de socialización del haber. Pero no vayamos a creer que el sentido auténtico de la Navidad de Jesús es hacer regalitos a los pobres, que son turrón para la noche buena y falta de pan para todas las demás noches. Francisco de Asís lo que proponía era que los cristianos realizaran una  redistribución de los bienes una vez al año para ser coherentes con el mensaje y el camino enseñado por su maestro Jesús. ¡Nada de un regalito!, sino que el que tenía  diera al que no tenía y quien tuviera cuatro túnicas que regalara dos. La cuestión no era ir a la tienda a comprar regalos; sino redistribuir con equilibrio solidario lo que la injusticia y el espontáneo egoísmo habían desequilibrado. Ya sé que ese empresario, católico de misas y funerales, pero que mucho rumia y poco piensa, gritará: “¡los gandules a trabajar!”, es el vómito culpable de los injustos. Los llamados “padres” de los primeros siglos del cristianismo vieron esto con claridad meridiana, tan meridiana que para nuestro ínclito empresario puede que sea hasta insultante. Fíjense lo que escribió el griego San Juan Crisóstomo: “Dime, ¿de dónde te viene a ti ser rico?... De mi abuelo, dirás, de mi padre. ¿Y podrás, subiendo el árbol genealógico, demostrar la justicia de aquella posesión?. Seguro que no, sino que necesariamente su principio y su raíz han salido de la injusticia… No digas: gasto de lo mío, disfruto de lo mío, porque lo que te sobra no es tuyo; sino ajeno”  San Jerónimo escribió: “todas las riquezas descienden de la injusticia y, sin que alguien haya perdido, nadie puede ganar… El rico o es injusto o es heredero de un injusto”. San Basilio escribió: “Del hambriento es el pan que guardas; del desnudo el abrigo que te sobra en tu ropero; del descalzo el calzado que se pudre en tu poder; del necesitado es el dinero que tienes enterrado”. San Ambrosio escribió: “No le regalas al pobre una parte de lo tuyo; sino que le devuelves lo que es suyo”. Esto exactamente era lo que se cansó de repetir, pero también de vivir en la Navidad aquel cristiano umbro que fue Francisco de Asís.
¿Han oído Vds. alguna vez a un sacerdote decir estas cosas, y a un obispo, y a un papa? Claro que no lo han oído porque el catolicismo va en la línea conservadora y capitalista de Papá Noel, mientras que el cristianismo va en la línea revolucionaria y solidaria de Jesús. Por lo que vemos, incluso la jerarquía católica vive la Navidad de Papá Noel, la Navidad de Jesús la ignora. Es probable que la gente que rechaza la Navidad esté rechazando precisamente la Navidad de Papá Noel, la del árbol lleno de regalos con destino endogámico, la del espaldarazo a la injusticia y a la hipocresía disfrazadas de dulzura, la dulce Navidad de los que tienen de todo y se regalan entre ellos sin tino. Reconozco que me indigna ver un árbol de Navidad en despachos como el de Obama; aunque más me indigna ver un nacimiento en el Vaticano.
Quizás si esta gente, a quien la Navidad de Papá Noel agobia, se asomase a la Navidad de Jesús, hiciera nuestro tradicional nacimiento y meditara, delante de él y honradamente, sobre su mensaje de solidaridad y de justicia social, pudiera ser que encontrase, no sólo el sentido de la Navidad; sino, lo que es más necesario, el sentido de su vida. ¿Tan difícil es que ese empresario y yo  echemos mano de nuestro buen fondo y saquemos a dos paisanos, él uno y yo otro, para siempre y sin paternalismo de la pobreza? Entonces podría ser incluso bonito que nos regaláramos también nosotros mutuamente un detalle, porque un poco de Papá Noel también es bueno, “ma non troppo”. ¿Puede decirse que esto es de verdad una imposible utopía? ¿O no? ¡Ánimo y feliz Navidad!.