viernes, 19 de agosto de 2011

¡VICARIO DE CRISTO!


El  Papa Benedicto XVI,  celebra un encuentro internacional con miles de personas en Madrid. Son Jornadas Mundiales de la Juventud que organiza la iglesia católica, con el fin explícito de confirmar a los jóvenes en la fe  cristiana. De hecho el lema de estas Jornadas 2011 es “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Creo que la iniciativa, creada por el Papa Juan Pablo II en 1984, es muy positiva. Se trata de volver a presentar a todo el mundo la persona, el mensaje y la vida del Maestro Jesús de Nazareth, como modelo de identificación a la hora de enfocar y de vivir la vida, sobre todo en este momento de crítica convulsión mundial. Habiendo sido Jesús de Nazareth un hombre esencialmente solidario, defensor de la absoluta igualdad de los seres humanos, que él declaró novedosamente hermanos e hijos del mismo Padre Dios, no puede parecerme sino maravilloso que su mensaje y su vida se conozcan, se recuerden, se asimilen y se vivan en encuentros como éste. Jesús de Nazareth luchó con valentía y extrema firmeza contra el sistema religioso, político y económico que asfixiaba a la sociedad de entonces. Anunciar y re-anunciar hoy aquel mensaje del Maestro nazareno, cuando el mundo se ve oprimido por el sistema capitalista-neoliberal sostenido, a muerte, por mercaderes y políticos corruptos que, en muchos casos, son bendecidos por las jerarquías religiosas, es algo muy útil que se agradece. Dicho esto, quiero plantear otra cara del evento. El Papa es el convocante de estas Jornadas Mundiales y, según los lemas que se leen en la red, convoca en su calidad de Vicario de Cristo en la Tierra. Y aquí es donde la contradicción se vuelve absolutamente insoportable para cualquier simple lector del Nuevo Testamento y para el auténtico cristianismo, que hay que ubicarlo siempre antes del  emperador Constantino el Grande, quien legalizó el cristianismo en el edicto de Milán de 313 y que, quizás sin quererlo, ofreció a la jerarquía cristiana la posibilidad de corromperse y de traicionar tan vergonzosamente a su Maestro Jesús. El Papa que viene a Madrid como Vicario de Cristo es Jefe de Estado, de un Estado con su territorio, con sus ministerios (dicasterios), con sus tribunales, con su policía, con sus autoridades, con sus bancos, sus finanzas y con sus funcionarios. Además es el único Monarca absoluto, con un nombre numerado, “feliciter regnans”, del mundo desarrollado, con su corte de Cardenales-Príncipes que le asisten en su gobierno y que sólo entre ellos eligen a su sucesor. El Vaticano no es, pues, un estado democrático. Presento sólo tres pruebas de ello, aunque hay más: no hay elecciones,  no hay igualdad de género y ni siquiera el Concilio Ecuménico (Parlamento Universal) está por encima del Papa. El Papa viaja y llega a Madrid con gran pompa, se desplaza en un coche tan especial como el Papamóvil,  viste de emperador romano, de Summus Pontifex (título que tomó de los césares), lleva la mitra en la cabeza, el cetro-báculo en la mano, un impresionante anillo en el dedo. Su túnica blanca de seda, su capa de terciopelo púrpura bordeada con la piel del precioso animal armiño blanco, sus zapatos rojos y todo el resto de ropajes son importados, en parte, de la arrogante Roma de los césares y, en parte, del prepotente boato de las cortes medievales. Vive en un palacio sin parangón en su Vaticano y tiene otro gran palacio en Castelgandolfo para veranear, en ambos custodiado por su Guardia Suiza. En fin, ¿para qué añadir más, si Vds. ya lo entienden? ¿En nombre de qué Jesucristo va a hablar este Jefe de Estado y Rey de este mundo a la gente? ¿Cómo este Jefe de Estado y Monarca absoluto, se ha atrevido a denominarse Vicario de Cristo en la Tierra, es decir, representante de aquel Jesús de Nazareth que recorría en pobreza, en austeridad, en solidaridad y en valentía hasta la muerte los caminos de su Tierra? ¿Será capaz  sólo su engorrosa teología, de ilusionar a jóvenes libres y críticos que le escucharán en Madrid, entre ellos los jóvenes grancanarios encabezados por el párroco de Arinaga? Los que no han leído con conciencia libre y crítica el Evangelio, seguirán idolatrándole, hipnotizados, ¿Es posible que pasen los milenios y no haya un Papa que reconozca el tremendo pecado del Papado, que pida perdón al mundo por traicionar al Maestro Jesús y que  se convierta de verdad al cristianismo. Jesús de Nazareth pateaba los caminos de su tierra y, probablemente, más allá de sus fronteras, en busca de los pobres y de los enfermos, Jesús no fue un ejecutivo que transmitiera su mensaje desde un despacho palaciego. Jesús propuso separar radicalmente lo que es del César de lo que es de Dios, dijo y vivió con machacona claridad que su “reino” no era de este mundo, zanjó a latigazos la diferencia entre el templo y el comercio y afirmó contundente que quien escandalizara a un niño, más le valiera atarse una piedra de molino al cuello y tirarse al mar, de eso se han burlado curas pedófilos encubiertos por papas y obispos cómplices. Jesús señaló la desigualdad socioeconómica entre los seres humanos como el gran pecado de aquel sistema, del que el nuestro es sólo una cancerosa inflamación. Por ello, en la celebración de la Misa papal en Madrid, con la presencia de Cardenales, Obispos y Sacerdotes y ante los cientos de miles de jóvenes, ojalá tronara la voz radical de Jesús de Nazareth cuando un joven le preguntó que qué tenía que hacer para heredar la vida eterna: “Jesús lo miró con amor y le dijo: una cosa te queda, vete y vende todo lo que posees y dalo a los pobres y,  entonces, tendrás un tesoro en el cielo… ¡Qué difícil es que los ricos…y los que ponen toda su confianza en las riquezas entren en el Reino de los cielos” (Mc.10,18-25) Vaya, evidentemente, mi  sincero respeto a todos los cristianos auténticos que trabajan en la estructura del catolicismo, invirtiendo en el servicio de la igualdad y de la solidaridad la fuerza de su amor, a pesar del triste ejemplo dado por la Jerarquía católica. El mensaje de Jesús, sí; las Jornadas Mundiales de la Juventud, sí; el soberano mensajero y su corte, no, no, no.

miércoles, 3 de agosto de 2011

IL DOLCE FAR NIENTE

Ahora que estamos en pleno verano, conviene recordar que tan sacrosanto es el derecho y el deber de trabajar, como el derecho y el deber de no trabajar. En efecto, la salud y el bienestar de personas y colectivos dependen mucho del equilibrio entre estos dos derechos-deberes. Hay mucha gente que acude a la consulta del médico general o a la del psicólogo clínico acusando cansancio, apatía, desmotivación, ansiedad, irritabilidad, tensión. Cuando el profesional consultado investiga y busca las causas de ese malestar, muchas veces encuentra un gran desequilibrio entre el trabajo y el ocio, entre l’amaro far tutto e il dolce far niente. Es entonces cuando, en el ejercicio de mi profesión, le he dicho a muchas personas, “Vd. más que enfermo, está equivocado, está enfocando mal su vida y la naturaleza le está pasando la factura de este malestar”. Una equivocación que consiste en vivir para trabajar, no en trabajar para vivir. Cuando una persona hipertrabajadora me preguntaba “¿qué tengo que hacer para que se me quite esta ansiedad?”, yo le respondía: “¿Que qué tiene que hacer? Lo que tiene es que dejar de hacer lo mucho que está haciendo, compensar y equilibrar l’amaro far tutto con il dolce far niente. Desde este punto de vista, el ser humano está en este mundo con un doble objetivo: hacer y no hacer. Dos polos igualmente necesarios de una misma paradoja, que cuando se ejercen de forma equilibrada, entonces se disfruta de ambos: se disfruta haciendo y se disfruta no haciendo. Sin embargo, el sistema educativo global, muy impregnado de resabios religiosos, ha premiado y hasta santificado a los del amargo hacer todo, viendo con malos ojos y demonizando a los del dulce hacer nada. D. José Lezcano, fallecido profesor mío en los Jesuitas, me dio una vez un cogotazo y yo le dije: “D. José yo no estaba haciendo nada”, “por eso mismo te pego-me contestó- por no hacer nada”. El dulce hacer nada, muchas veces se vive con sentimiento de culpa, porque en el fondo de nuestro inconsciente resuena la consigna “no hacer nada es perder el tiempo”. Algunas personas se llevan un libro a la playa, no siempre para disfrutar leyendo bajo la sombrilla; sino para no perder el tiempo…Otras, cuando les toca coger vacaciones, buscan desesperadamente un amigo a quien ayudar a echar un techo, para no perder el tiempo, porque esa pérdida temporal les crea ansiedad y tensión. Una niña o un niño buenos son los que hacen mucho, los que aprovechan el tiempo, los hacendosos. Muchas veces, oímos en el tanatorio frases como ésta: “Fue un gran trabajador, no vivía para otra cosa, de casa al trabajo y del trabajo a casa, nunca estaba quieto”. Sin embargo, el ideal sería decir de alguien que fue un gran vividor, que trabajó con la misma intensidad con que se divirtió, que practicó sin culpa il dolce far niente y sin agobio l’amaro far tutto. La sociedad occidental que, de una manera o de otra, surge de la lectura e interpretación de la Biblia judía, es una sociedad hiperlaboralizada, hecha a imagen y semejanza de un Dios que trabajó seis días y descansó sólo uno… y que, además, nos condenó al amargo hacer todo. Nada nos dijo del dulce hacer nada. A partir de aquel castigo, la Tierra dejó de ser un parque natural y nosotros dejamos de jugar. Sin embargo, el verano es un campanazo para recordarnos que hemos venido a la Tierra para hacer y para no hacer, para trabajar y para festejar, en definitiva, para actuar y para contemplar, ¡ambas cosas! ¡Qué bien nos vendría ser más contemplativos, es decir, hacer menos y dejar de hacer más! Por ejemplo, la crisis que nos acogota es el resultado del satánico hacer de un grupo de sinvergüenzas, que desde hace siglos no paran de hacer y de hacer, robando para ellos, como termitas, el dinero de todos. ¡Ojalá que esos perversos se dedicaran más al dolce far niente que al amaro far tutto! Harían menos daño no haciendo que haciendo. ¡Váyanse, pues, de vacaciones, políticos y banqueros corruptos y súbanse al carajo la vela! ¡Bajen en septiembre, pero, por favor,  haciendo mejor y dejando de hacer lo que hicieron peor! ¡Feliz verano!