lunes, 14 de marzo de 2011

EL POLÍTICO BOBILÍN


Las encuestas, que al acercarse las elecciones brincan como chispas, dicen que los españoles, especialmente los más jóvenes, consideran a la clase política gravemente desprestigiada. Evidentemente no todos los integrantes de la clase política lucen el mismo nivel de desprestigio. Pero también diré que, al menos por omisión y por cómplice silencio, no hay un político con cero desprestigio. Cabría pensar que si hubiera habido políticos éticamente coherentes, honrados y valientes, no habrían permitido que su clase, tan decisiva e imprescindible para el bienestar social, hubiera caído en un descrédito tan insostenible. En la clase política, como en otros colectivos, por un lado hay corruptos y, por otro, los que saben que los hay y no protestan.
El desprestigio al que nos referimos, no es solamente el engendrado por la corrupción con el dinero; sino el que se deriva de la corrupción con el poder. En efecto, es la correcta e inteligente administración del dinero público y del poder político lo que la sociedad civil delega en las urnas a sus gobernantes. Urge recordar ahora que dinero y poder son dos objetos, uno material y otro inmaterial, que usados por personas incoherentes, de débiles principios morales e inmaduras, son de máximo poder adictivo y corruptor. En 1887, el historiador católico progresista británico, Lord Acton, afirmó contundentemente que “power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely”. Curiosamente, esta afirmación la hizo Lord Acton al obispo Mandell Creighton, que afirmó en su Historia del Papado que ni los papas ni los reyes podían ser juzgados porque siempre son inocentes. ¡Parece mentira que un ser humano pueda llegar a ese nivel de irracionalidad! Efectivamente, el poder no corrompe a todos; pero tiende a corromper, porque es una droga muy poderosa. Desde luego, el papado absolutista e infalible junto con las monarquías absolutas son un vivero inagotable de corruptos absolutos.
Quiero decir que hay políticos que caen en la tentación de corromperse con el poder y hay otros que no se corrompen directamente; pero que observan impávidos a los que se corrompen y en ambos casos hay corrupción. El término “corromper”, del latín “com-rumpere”, significa romper fuertemente, gravemente. Y lo que un político rompe con estrépito son las reglas del juego cívico, ético y democrático. El político corrupto usa, o mejor, abusa del poder de dos formas: o para fomento de su propia egolatría sin robar o para fomento de la misma robando. Tradicionalmente hemos dado mucha mayor importancia a la segunda forma que a la primera. Ahora que se acercan las elecciones autonómicas y locales, es hora de hablar también de los políticos corruptos que lo son porque, al recibir el poder del pueblo, se vuelven arrogantes, estirados, guaperas e, incluso, chulos playeros, egregios que miran por encima del hombro a los demás, inasequibles que ni atienden de verdad ni escuchan honradamente, desclasados y ansiosos de privilegios y de adulaciones. Algunos, pobres  viejos se vuelven nuevos ricos de poder y otros, pierden la débil educación que tenían y se hacen malcriados, en definitiva, los políticos se corrompen desde que se les sube el humo a la cabeza. No hace falta robar para ser un político corrupto, basta y sobra con volverse un engreído bobilín o una pinona remeneo.

EL POLÍTICO BOBILÍN



Las encuestas, que al acercarse las elecciones brincan como chispas, dicen que los españoles, especialmente los más jóvenes, consideran a la clase política gravemente desprestigiada. Evidentemente no todos los integrantes de la clase política lucen el mismo nivel de desprestigio. Pero también diré que, al menos por omisión y por cómplice silencio, no hay un político con cero desprestigio. Cabría pensar que si hubiera habido políticos éticamente coherentes, honrados y valientes, no habrían permitido que su clase, tan decisiva e imprescindible para el bienestar social, hubiera caído en un descrédito tan insostenible. En la clase política, como en otros colectivos, por un lado hay corruptos y, por otro, los que saben que los hay y no protestan.
El desprestigio al que nos referimos, no es solamente el engendrado por la corrupción con el dinero; sino el que se deriva de la corrupción con el poder. En efecto, es la correcta e inteligente administración del dinero público y del poder político lo que la sociedad civil delega en las urnas a sus gobernantes. Urge recordar ahora que dinero y poder son dos objetos, uno material y otro inmaterial, que usados por personas incoherentes, de débiles principios morales e inmaduras, son de máximo poder adictivo y corruptor. En 1887, el historiador católico progresista británico, Lord Acton, afirmó contundentemente que “power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely”. Curiosamente, esta afirmación la hizo Lord Acton al obispo Mandell Creighton, que afirmó en su Historia del Papado que ni los papas ni los reyes podían ser juzgados porque siempre son inocentes. ¡Parece mentira que un ser humano pueda llegar a ese nivel de irracionalidad! Efectivamente, el poder no corrompe a todos; pero tiende a corromper, porque es una droga muy poderosa. Desde luego, el papado absolutista e infalible junto con las monarquías absolutas son un vivero inagotable de corruptos absolutos.
Quiero decir que hay políticos que caen en la tentación de corromperse con el poder y hay otros que no se corrompen directamente; pero que observan impávidos a los que se corrompen y en ambos casos hay corrupción. El término “corromper”, del latín “com-rumpere”, significa romper fuertemente, gravemente. Y lo que un político rompe con estrépito son las reglas del juego cívico, ético y democrático. El político corrupto usa, o mejor, abusa del poder de dos formas: o para fomento de su propia egolatría sin robar o para fomento de la misma robando. Tradicionalmente hemos dado mucha mayor importancia a la segunda forma que a la primera. Ahora que se acercan las elecciones autonómicas y locales, es hora de hablar también de los políticos corruptos que lo son porque, al recibir el poder del pueblo, se vuelven arrogantes, estirados, guaperas e, incluso, chulos playeros, egregios que miran por encima del hombro a los demás, inasequibles que ni atienden de verdad ni escuchan honradamente, desclasados y ansiosos de privilegios y de adulaciones. Algunos, pobres  viejos se vuelven nuevos ricos de poder y otros, pierden la débil educación que tenían y se hacen malcriados, en definitiva, los políticos se corrompen desde que se les sube el humo a la cabeza. No hace falta robar para ser un político corrupto, basta y sobra con volverse un engreído bobilín o una pinona remeneo.