OBISPOS CATÓLICOS Y ABORTO
Antes de hablar del aborto, creo conveniente hacer el siguiente prólogo. Juan Antonio Martínez Camino, consagrado obispo el pasado año por Benedicto XVI, es el apolíneo y casi impecable portavoz de la Conferencia Episcopal española. Desde hace años, Martínez Camino ambicionaba una mitra episcopal, a pesar de que, siendo jesuita, lo tiene prohibido por su fundador, Ignacio de Loyola. El fundador de la Compañía de Jesús no quería que los miembros de su grupo se viciaran con glorias, vanidades y privilegios más propios de un reino de este mundo, que del revolucionario reino anunciado por Jesús de Nazareth. El papa puede obligar a un jesuita a aceptar un episcopado o un cardenalato; pero hay jesuitas coherentes que han rogado y ruegan al papa aceptar su negativa a esa dignidad y hay otros, como Martínez Camino, que buscan y rebuscan con todos los medios sibilinamente cortesanos disponibles, ascender a monseñor o a eminencia. Quizás recuerde Martínez Camino, la respuesta que dio Ignacio de Loyola al Archiduque Fernando, cuando éste quería promover al episcopado de Trieste al P. Claudio Jayo: “juzgamos, conforme a nuestras conciencias, que, a tomarla (se refería a la dignidad de obispo), daríamos en tierra con la Compañía…, si yo quisiese imaginar o conjeturar algunos medios para derrocar y destruir esta Compañía de Jesús, este medio de tomar obispado sería uno de los mayores, o el mayor de todos”. La ideología tridentina de este obispo jesuita, su estética “Apeles fashion” y su expresividad opusdeística, de la que rebosa su segundo apellido, son los insuperables avales que han servido para promocionar a este jesuita. Es extremadamente paradójico que los perfiles humanos y religiosos de Martínez Camino y del fallecido Vicente Ferrer, también ex jesuita, coincidieran algunos años en la misma Orden religiosa. El impoluto y sonrosado portavoz episcopal es hijo predilecto de Rouco Varela, por aquello del palo y de la astilla. Pues bien, que los obispos católicos, por boca de Martínez Camino, digan un no rotundo al aborto, en todo caso y en toda situación, no extraña en absoluto a quien conozca el rígido marco ideológico en el que la jerarquía católica romana interpreta la vida con todos sus aconteceres. ¡Hombre, no deja de ser paradójico y harto molesto que sea precisamente este obispo, jesuita y portavoz, quien hable de pecados públicos ajenos, de la prohibición de comulgar y de la necesidad de confesarse que tenemos los demás, sin que él se haya confesado, primero, de ser obispo! Tienen los obispos católicos todo el derecho a declararse absolutamente antiabortistas y, también tienen el derecho indiscutible a que se les respete en sus opiniones y creencias. También tienen el derecho, e incluso el deber, de recordar a sus católicos las opiniones y las creencias que deben profesar, que no son otras que las expresadas por los propios obispos, bajo la égida del papa. A todo eso tienen derecho, faltaría más. Pero, ¡ojo! todos los católicos deben saber, para no engañarse, que su iglesia está basada en la roca firme de la monarquía absoluta, donde la obediencia ciega es la virtud más apreciada, cotizada y premiada. Tengamos presente que los librepensadores, en la iglesia católica, son herejes a perseguir. ¡Donde esté una obediencia ciega bien puesta, que se quiten, para los jerarcas católicos, otras virtudes, como la libertad, e incluso como el amor…! Razón tiene José Bono cuando se queja de que Pinochet se atrevía a comulgar, siendo un asesino católico, sin que ningún obispo se lo prohibiera. Lo mismo digo yo del golpista y asesino comulgante católico, Francisco Franco, que los obispos, menos Pildain y Zapiain (Obispo vasco de Canarias) llevaban bajo palio al entrar y salir de las catedrales… Si la jerarquía católica ve un pecado en no permitir que nazca una criatura humana en cualquier situación, yo y muchos lo respetamos. Lo que no podemos respetar es que lo que para esa jerarquía sea pecado o delito, lo sea para todos los demás, católicos o no. El atrevimiento que supone creerse portavoz de Dios o Vicario de Cristo en la Tierra (aclaro que yo creo en Dios), como se cree el papa y colegialmente los obispos, ese ¿no parece más pecado que ninguno?. Decir que alguien está en pecado mortal, como lo hace el portavoz episcopal español, es un gran atrevimiento, una gran arrogancia, un gran endiosamiento, como el que se vive en el delirio esquizofrénico, y todo esto, a pesar de que estos inquisidores saben que “de internis neque ecclesia iudicat”. Sin embargo, cuando alguien impide el nacimiento de una criatura humana, (porque ¡claro que es una criatura humana!), es porque considera que no hay condiciones favorables,(físicas, psíquicas, sociales), para que esa criatura viva con dignidad y disfrute fuera del útero materno. Y esto es lo que obligatoriamente tiene que regular todo Estado. Es, por tanto, la conciencia de esa mujer y, si es posible, la del hombre que la preñó, quienes tienen el derecho y el deber moral de decidir sobre la conveniencia o no de ese nacimiento. El obispo Martínez Camino y todos sus colegas y superiores, creen que son ellos los que tienen la última palabra, la palabra de su dios (que, al ser sólo de ellos, se escribe con minúscula), para decidir sobre las acciones de los demás humanos. Los seres humanos tienen el derecho inalienable de poner fin a su vida y para ello pedir ayuda, cuando en conciencia lo crean oportuno, es el derecho a la buena muerte asistida. ¿O es que la dimensión relacional del ser humano sólo se ejerce al nacer y no al vivir y al morir? Pero, los seres humanos también tienen el derecho de decidir poner fin a la vida de otro ser (humano o no) moribundo, sobre el que se tiene responsabilidad, cuando no haya, por parte del moribundo, voluntad de lo contrario. En esa situación, y asesorado por los médicos, tomamos mi hermana y yo la decisión de que le aplicaran morfina a mi padre, sabiendo que así se elegía su muerte. También tiene el derecho la mujer, posiblemente acompañada por su hombre, de decidir interrumpir su embarazo abortando, cuando las circunstancias del nacimiento no son buenas para que esa criatura concreta, con esa madre concreta, empiece una vida digna y presumiblemente plena, fuera del útero materno. Desde luego, con una visión rígida y universalista de la moral, como la de la iglesia católica, el aborto no tiene lugar. Cuando la visión es desde una moral de situación, las cosas cambian, todo se flexibiliza y se humaniza. Esto quiere decir que no sólo hay leyes; sino que, por encima de ellas, hay situaciones. Es evidente, que todos estos derechos, como todos los demás, deben ser regulados concienzudamente por los Estados, pero, en mi opinión, desde una visión ética situacional y desde la libertad laica. De todas formas, cuando se habla de los obispos católicos no se está hablando sino de una parte mínima de la iglesia católica. En esa iglesia hay “católicos” como Martínez Camino, Kiko Argüelles, Rouco Varela y otros que veneran como santos a Escrivá de Balaguer o a Pío IX. Luego, hay “cristianos” que trabajan sin descanso en los barrios, en los guetos, en las zonas de la hambruna y de la injusticia, en ONG como Caritas y otras, para conseguir un mundo justo y de seres iguales, estos “cristianos” veneran como santos a Gandhi, Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta, Martin L.King. ¡Son dos grupos tan distintos y tan distantes que, por eso, a los primeros llamo “católicos” con respeto y a los segundos llamo “cristianos” con agradecimiento y veneración!
jueves, 10 de diciembre de 2009
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