El periodista Juan G. Bedoya, responsable del departamento religioso de EL PAÍS, comentó hace algún tiempo la noticia de que los obispos habían ordenado retirar de las librerías bajo su control, el libro del teólogo y biblista guipuzcoano José Antonio Pagola, de 72 años, con el título JESÚS (Aproximación histórica). Bedoya señala que el argumento principal de sus detractores es que Pagola dibuja un Jesús demasiado humano. Con esta afirmación, recuerda el feroz debate sobre la divinidad o no de Jesús de Nazareth, celebrado en el primer Concilio Ecuménico de Nicea (año 325), convocado por el emperador Constantino I, que fue representado por el obispo Osio de Córdoba, y en el que el obispo de Roma, Silvestre I, fue representado por dos presbíteros, dada su avanzada edad. La cuestión era si Jesús era “consustancial” a Dios, al Padre o no, es decir, si era Dios o no. Entre el obispo Alejandro de Alejandría, que decía que Jesús era Dios y el obispo Eusebio de Nicomedia, en nombre del presbítero Arrio, que decía que no, “se armó, efectivamente, la de Dios es Cristo”. Por fin, el emperador Constantino impuso su autoridad y sentenció que sí, que Jesús era Dios y terminó exiliando y excomulgando a los que no pensaban así, aunque, pasado el tiempo, fueron perdonados y readmitidos. Curiosamente, el mismo Constantino se bautizó en el lecho de muerte de manos del obispo arriano Eusebio de Nicomedia en el 337.
En mi opinión, el Concilio de Nicea y el famoso Credo que de él surgió, sacó el mensaje de Jesús de Nazareth de su original y evidente contenido socio espiritual y lo elevó, desencarnándolo, al nebuloso mundo de lo teológico. En eso consistió la gran traición del incipiente catolicismo al cristianismo. El hijo de José y de María fue divinizado y, por tanto, fue deshumanizado, a pesar de que los teólogos católicos sentenciaron que el nazareno era “verdadero Dios y verdadero hombre”. El Concilio de Nicea se celebró 279 años después del considerado primer concilio cristiano, que fue el de Jerusalén en el año 46, cuando aún vivían los apóstoles. Mi opinión es que, si Pedro y Pablo hubieran estado en Nicea, habrían exaltado la humanidad de Jesús, lo habrían considerado como hijo predilecto de Dios, como gran Profeta, incluso como el Mesías enviado por Dios; pero nunca lo habrían presentado como “consustancial” al Padre, es decir, Dios. ¿A quién se le ocurrió la idea de hacer Dios al Maestro de Nazareth? Lo sencillo, lo objetivo, lo lógico, lo histórico, lo humano, lo normal era reconocer que Jesús fue un ser humano que nació en Nazareth, por tanto, judío de nacionalidad y de religión, hijo de una mujer llamada María y de un hombre, carpintero de profesión, llamado José. Ocurrió que este Jesús tomó conciencia de que su pueblo, y yo diría la humanidad, necesitaba una urgente reconversión a la conciencia universal de igualdad y de amor operativo. Se sintió llamado por Dios a transmitir, demostrándolo con su vida, la necesidad de la hermandad universal bajo el amor y la fe en un solo y único Dios. Habló y actuó con tal claridad sobre la igualdad esencial de todos los seres, que el poder religioso y político, propicios a la desigualdad y a la injusticia, lo torturaron y lo mataron.
¡El Vaticano retira el libro de Pagola y publica y aconseja el libro, con el mismo título, de Benedicto XVI! ¡Un auténtico enfisema teológico, que profundiza la traición católica al sencillo mensaje de Jesús de Nazareth! Insisto en mi opinión: convertir el mensaje socio espiritual de Jesús en un mensaje litúrgico teológico constituye la gran traición, el gran sacrilegio católico.
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