jueves, 5 de enero de 2012

OBITUARIO (SERGIO CORREA HERNÁNDEZ)

La víspera de Navidad de 2011, a primera hora de la mañana, Sergio Correa Hernández, humorista, folklorista grancanario y cofundador de la Orden del Cachorro Canario, se fue a celebrar la Noche Buena a otro lugar, seguramente al mejor. Justo cuatro días antes, había bajado de su casa de La Solana de Utiaca  hasta la Plaza de Santo Domingo, acompañado por su maravillosa mujer Margot García, donde le esperaban “cienes” de compañeros y amigos en la Casa de la Orden del Cachorro Canario, en su casa. Y es que Sergio Correa, entre otras cosas, fue uno de los principales y más fieles fundadores de la Orden del Cachorro Canario aquel 24 de abril de 1991.
Si la fe en las ideas y la perseverancia en los objetivos, son dos criterios, entre otros, con los que se mide la valía de las personas, Sergio Correa se mereció el Cachorro de Honor que el Presidente José A. Cabrera le impuso el lunes 19 de diciembre, precisamente por la perseverancia en su estilo de vida y por acompañar con alegría a la Asociación durante estos 20 años, tanto en las épocas de bonanza como en las de tormenta. Hay veces que mirar al fundador de una Institución provoca seguridad, otras veces hay fundadores que provocan temblor. Sergio Correa era fundador que provocaba seguridad y esperanza.
Varias veces le oí quejarse, dolorido, de algunos de sus compañeros fundadores “que en época de vacas flacas, se enamoran de las ubres de otras cabras” (sic). En fin, esto cabreaba mucho a Sergio Correa.
El lunes 19 todos sabíamos, él y su mujer antes que nadie, que estábamos haciendo una Despedida, aunque le llamáramos Homenaje y Concesión del Cachorro de Honor.
Sergio Correa Hernández fue un gran hombre. Esto no puede decirse de todos nosotros De algunos no se dirá nunca, porque no se lo merecen De otros, y esta es la ventaja de la muerte de un gran hombre, se podrá decir si aprenden la tremenda lección que ese gran hombre deja tras sí. Siempre se supo que la muerte de un gran hombre o la de una gran mujer, es una oportunidad de oro para que los dormidos se despierten, los corruptos se sanen y los inmerecidos comiencen a merecer.
Se enrabietaba cuando le era necesario, pero Sergio siempre fue un hombre de una rara nobleza de alma, de una más rara conciencia de la justicia y de una más rara aún conciencia de la amistad. Sergio siempre se sintió en su salsa ante los amigos sinceros, que no son todos los que se lo creen; sino los que él elegía en el secreto de su corazón, amigos como Juan Santana, Pepe Cabrera, Juan G. Valerón, Macame Pérez; pero siempre lo vi “nervioso” ante la gente cínica y crispante. Y después siempre se quejaba de no haber reventado ante esos pseudo amigos… Sergio Correa fue un hombre controlado y profundamente respetuoso en su desbordante simpatía, que irrumpía con sus chistes en el corro de unos amigos, creando un ambiente afectivo social envidiable. Sergio fue un hombre de quien admiré su sencillez, su transparencia, su humor siempre arriba y su cálida forma de abrazar y de besar a la gente que quería, lo cual dice mucho de un ser humano, especialmente  si es hombre.
Sergio se despidió de sus compañeros y amigos en la Orden del Cachorro Canario. Cuando el Presidente José A. Cabrera, íntimo amigo suyo y también cofundador de la Orden del Cachorro Canario, le pidió si quería decir algo, entonces, ante el asombro de todos se descolgó con un chiste, con el que anunciaba su inminente ida:
“Había un hombre muy malito en cama, muriéndose. De repente empezó a sentir un olor exquisito, maravilloso. Y el hombre se puso a oler moviendo las narices con la intención de descubrir de dónde venía ese olor tan excitante. Tan intenso fue ese olor que el hombre, como pudo, se bajó de la cama y a cuatro patas fue husmeando como un perrito para conseguir saber de donde venía el olor. Por fin, vio que venía de la cocina, donde su mujer estaba trajiniando. Entró gateando en ella y vio una bandeja de empanadillas recién hechas y humeantes en la mesa. Se acercó y, siguiendo a cuatro patas, elevó la mano y cogió una empanadilla. Al instante se oyó el golpe sobre su mano de una espumadera y su mujer que gritó ¡QUIETO, QUE ESAS SON PARA EL VELATORIO!
Ese era el gran hombre Sergio Correa Hernández, envidiado por los hombres chicos, que se fue calladito la víspera de Navidad, contento y seguro. ¡Gracias y enhorabuena, Sergio, por haberte ido tan bien, quiero decir, en la mejor fecha, en los brazos de Margot, en ese lugar tan maravilloso que es La Solana de Utiaca, con tu Cachorro de Honor puesto y con el amor de tantos amigos que saltaron de emoción cuando se enteraron de tu muerte.
Volveremos a contactar más pronto que tarde ¡Hasta siempre amigo del alma!

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